viernes, 3 de enero de 2014

Alegre y demasiado viva

Este fin de semana estuve en casa de mi madrina, una mujer de más de 60 años, feminista como ella sola, una madre para mí. Le conté de los últimos sucesos de mi vida amorosa, de cómo le había dicho a un hombre que no me gustaba para amante, sino para novio cursi y de cómo él había respondido que su vida es "demasiado complicada en este momento".
 
Ella que ya más de alguna vez se ha preguntado -y me ha preguntado- si no habrá sido un error contribuir a que yo sea una mujer feminista, más libre y con más aplomo -lo cual no se dio de la noche a la mañana, sino que ha sido un proceso-, se quedó pensando un rato y luego me contó que hace muchos años, más de 40, cuando ella estaba en la plena juventud, se acostumbraba tener un cuaderno de recuerdos, una libreta en la que se le pedía a los y las amigas que escribieran algo, un poema, una dedicatoria, un dicho o cualquier ocurrencia que al escribiente le saltara a la cabeza cuando se le hacía la solicitud. Mi tía que también estaba ahí y que también había tenido uno de esos cuadernos, comenzó a recordar algunas de las dedicatorias como aquella de "a la mujer de casa y honesta, casarse poco le cuesta" o "amor reñido es más querido", refranes que parecen no ser de hace décadas, sino que parecen seguirse aplicando.
 
Mi madrina, que tenía en mente mi breve y esporádica historia con el tipo de la vida complicada, dijo entonces que creía que a mí podía aplicárseme uno de los "recuerditos" que alguien había escrito en su cuaderno y que la había impactado en aquél entonces -cuando aún no era feminista, pero ya tenía la personalidad arrasadora de ahora- y que seguía resonándole en la cabeza a pesar de los años pasados: "Eres alegre y demasiado viva para ser la mujer definitiva".
 
¿Eres alegre y demasiado viva para ser la mujer definitiva?
 
Ese dicho era la contraparte del que había mencionado mi tía, el de la mujer de casa. Yo no soy una mujer de casa, no, para nada. Me encanta cocinar y ocuparme  de la decoración, pero hasta ahí llegan mis cualidades puramente femeninas y domésticas. Sé pegar botones, planchar, echar la ropa a la lavadora y claro, hago la limpieza cuando la maravillosa mujer que me ayuda en casa está de vacaciones o se enferma o cuando un feriado toca el día que ella viene a casa a hacer todo aquello que detesto, que también detestaba mi madre, como barrer, sacudir, trapear. Tampoco soy del tipo de mujer que calla y que no opina, ni del tipo de mujer que no dice lo que siente para no herir a su hombre. Además soy amiguera, no parrandera porque nunca me ha gustado el ruido de las discotecas y claro, tengo dos pies izquierdos para bailar. Soy independiente económicamente desde hace muchísimo tiempo, vivo sola o a veces con alguna amiga. No soy una mujer de casa. También, decía mi madrina, he leído más de lo que leerán la mayoría de hombres en su vida, tengo una visión crítica de la vida y de los roles que se adjudican a hombres y mujeres.
 
Soy demasiado alegre y demasiado viva. Quizá sea por eso que atraigo a los hombres, soy buena plática, me río del mundo y he aprendido a reírme de mí misma. Pero peco de no tener filtro, de decir lo que quiero y he ido aprendiendo que si algo no me gusta o me molesta es necesario hablarlo antes de que por dentro las cosas se acumulen y estallen un día cualquiera provocando una masacre de sentimientos. Es probable entonces que la franqueza que me caracteriza sea lo que me hace demasiado viva para ser la mujer definitiva, ya que un amigo me decía que seguramente mi "directa" de "me gustás para novio cursi" o de "me gustás sólo para amante" o "me gustás sólo para amigo" sea lo que hace que los hombres se asusten y piensen que si se quedan conmigo, desaparecerán los 50 millones de italianas.
 
 
 
 
 
 

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